viernes, 23 de julio de 2010

Amor de verano

Leyendo artículos de verano de varias revistas me he dado cuenta de algo que nunca he tenido en la vida. Seguro que hay alguna cosa más pero de ésta me he dado cuenta hoy leyendo y leyendo: nunca jamás he tenido, disfrutado ni padecido un amor de verano.
No creo que tenga mayor importancia pero el caso es que yo no podría responder a esas preguntas de las entrevistas estivales sobre mi recuerdo de amor adolescente en el lugar de veraneo, mis lloreras al volver de vacaciones por dejar allí a mi nuevo amado, mis puestas de sol apasionadas...nada, ni una de estas cosas. ¿Será esta mi tara? ¿Será esta falta en mi pasado un trauma con consecuencias brutales?
La verdad es que nunca lo había pensado pero también es verdad que nunca me había dado cuenta hasta hoy. Cuando hablo de amores de verano me refiero a esos de los que hablan las revistas: impulsivos, breves, intensos, apasionados y trágicos. Y con algo de obligatorio cumplimiento: que hayan sido disfrutados o sufridos durante la época estival: playa, biquini, palmera, chiringuito, bañador, piscina, helados...Porque claro está, de esos amores que describo algo sé, pero nunca han sido veraniegos.
Será que soy gallega y aquí el tiempo tampoco es que acompañe, o que una de mis canciones favoritas sea Canción de invierno, qué sé yo. El caso es que los amores que disfruté en verano venían de la primavera o si comenzaron en verano continuaron en otoño, así que no valen para ninguna entrevista.
Si me paro a recordar (tarea en ocasiones necesaria y otras desaconsejada) lo que recuerdo del amor en verano son rupturas. Vaya.
Si algún día alguien quiere una entrevista de verano con mi persona o personaje tengo tres opciones: o me invento un amor de verano, o cuento una ruptura, o cuento el inicio de un amor para toda la vida. Pero de pasiones arrebatadoramente playeras, que duran unas vacaciones, que hacen subir al cielo y bajar a los infiernos, de eso bajo el sol nada de nada.
¿Por qué nadie habla del amor de navidad? ¿O del de Semana Santa? No son lo mismo que en verano, claro, cambia el decorado. Y se pierde la magia del entorno, porque amor ligero de ropa, adolescente, intenso...al calor de la chimenea con el árbol y el belén de fondo, entiendo que no es lo mismo.
Quizás para tener un amor de verano haya que amar al verano mismo, porque, osando reflexionar sobre esto sin experiencia, esa intensidad, pasión, amor, arena, sol, fuego, dolor terrible por la separación, angustia de la distancia, miedo a perderlo para siempre, desasosiego de las primeras nubes...¿no es eso acaso amar el verano y no al veraneante?
Porque, por lo que he leído, todos los amores de verano comparten rasgos y características y son todos bastante parecidos. Son como las vacaciones mismas: te lo estás pasando genial, tan genial que pasan rapidísimo y siempre tienen un fin (de esto sí sé algo más).
Así que los enamorados estivales quizá se estén enamorando de la propia estación. Lo siento, siento tirar al suelo sus grandes e intensos amores cíclicos pero creo que no eran del todo reales.
Salvo que alguien a quien no le guste el verano levante la mano...


martes, 13 de julio de 2010

Yo soy español, español, español...

Ríos de tinta, océanos de tinta, han corrido desde que España (¡España. España!), comenzó a cosechar éxitos en este Mundial del mundo mundial que acabamos de ganar (habrán escuchado ustedes aquello de que las finales no se juegan, se ganan).
Y nosotros hemos ganado, hemos jugado, hemos disfrutado, hemos vibrado, hemos cantado, hemos goleado...hemos, hemos, hemos...¿Se han fijado? Me recuerda a la época colegial, cuando uno aprobaba era él el que aprobaba, sin embargo, si uno suspendía, lo suspendía el profesor.
Resulta que después de meses y meses escuchando que España entra en crisis, que el Gobierno no sabe manejar la cuestión, que la oposición está hasta el cuello de tramas de corrupción, que la educación decae...resulta que ahora nosotros ganamos el Mundial y la Roja somos todos.
Eso sí, la España que entra crisis es un ente en tercera persona que poco o nada tiene que ver con nosotros; el Gobierno (votado por ciudadanos, elegido por ciudadanos) es el culpable; nunca nosotros; la oposición (votada por casi la otra mitad de los españoles) y sus asuntos de corrupción nos pillan de lejos; y la educación parece que sea un nuevo gas que flota en el aire y cae sobre unos cuantos elegidos. No somos nosotros, "es cosa de la educación".
Ahora bien, un equipo de 23 chavales (grandes deportistas, por supuesto), que ninguno de los ciudadanos como usted y como yo eligió, que sólo desarrollan lo mejor que pueden su profesión (como usted, como yo) juegan una final de fútbol y la ganan, eso sí, compatriotas, eso es el triunfo de un país entero. Ahora resulta que somos como la Hacienda que tanto criticamos y España "somos todos".
Y ganamos un Mundial, así, en segunda persona de plural, que lo ganamos todos, oiga.
La crisis en la que se metió este país (él solito, en plan "hola, soy un país") no es cosa nuestra. No éramos nosotros los que pedíamos préstamos, no éramos nosotros los que concedíamos créditos sin avales, no éramos nosotros los que especulábamos con pisos y chalés, era el país, que debe ser una especie de dibujo animado con forma de piel de toro.
Sin embargo, sí somos nosotros los que derrotamos a Holanda, y somos todos los españoles los que tenemos una copa del mundo.
He podido pasar páginas y páginas de periódicos que hablaban de crisis, de gürteles varios, del IPC...pero he de reconocer que he amanecido enchufada a la tele, pegada al periódico, viendo una y otra vez las imágenes de nuestro éxito histórico. Porque esta vez, no como en otras, la cosa va conmigo. Y no porque sea una de las futbolista, ni siquiera la seleccionadora nacional, esta vez va conmigo porque yo soy una de esos "nosotros" que ganamos el Mundial.
Pero yo como ustedes, no formo parte de la crisis, de la especulación ni del Gürtel, pero yo soy fiel a la roja. Al IPC, ya veremos...

martes, 25 de mayo de 2010

Comunicación desconocida

Estaba leyendo un artículo sobre la comunicación entre desconocidos, entre vecinos, con el quiosquero…y resulta que según se dice se está perdiendo la costumbre de los holas, qué tal, cómo está usted. Las famosas conversaciones de ascensor dejan paso a silencios que ya no son incómodos.
Me ha dado pena. Porque yo creo que los grandes momentos de la vida son los pequeños momentos. Esos hola con una sonrisa que te dedica un vecino y que te hace sentir viva, parte de lo que se mueve, perteneciente a un mundo que es también el tuyo.
Y además, los grandes pequeños momentos son también los que se comparten con desconocidos, o casi desconocidos, como los buenas tardes de la del súper donde compras siempre, ella sabe que tú siempre llevas pan bimbo y tú sabes que ella va a la pelu una vez a la semana, porque luce melena orgullosa.
Y los compañeros de trabajo son otros grandes desconocidos conocidos. En las empresas algo grandecitas, donde trabajamos muchos pero nos conocemos pocos, un qué tal de esos que no significan nada hace que te sientas parte de ese mucho, de ese todo del que en realidad formas parte, pero necesitas reafirmarlo con un “¿quieres algo de la máquina?” de alguien del que sólo sabes su nombre y que puesto ocupa, si acaso.
Porque en esos pequeños gestos demostramos todos mucho más de lo que creemos, si es que algún momento le habíamos dado importancia. Cuántas veces un qué tal de esos me ha hecho entreabrir la boca para soltar todo lo que realmente diría si el qué tal fuera de verdad, y no decirlo me alivió tanto…Cuántas veces una sonrisa me ha hecho creer que el día no estaba del todo perdido, cuántas veces una pequeña ayuda como la de decir hacia dónde tiene que colocarse una hoja para un fax me ha servido para sentirme rodeada de personas dispuestas a ayudar.
Pero a veces de todo esto sólo nos damos cuenta cuando falta alguna persona que siempre está en el decorado que estamos acostumbrados a ver y al que no damos ninguna importancia. Por ejemplo: qué pasaría si mañana fuéramos a tomar un café y el camarero de siempre fuera sustituido por otro? Nos preguntaríamos: le habrán echado, se habrá ido, le habrá pasado algo…?
Pero cuando pedimos cada café a veces no pensamos más que en tomar ese café. Nada de sonrisas, de qué tal, de hola camarero de toda la vida, te conozco, me conoces, mirémonos como conocidos que somos. Nada. Nada más que nosotros. Pero y ellos, que hay de ellos? Porque nosotros también somos ellos. En algún momento, el receptor de la sonrisa y del hola amable y de las gracias eres tú, y entonces, también te da igual que nadie te mire a los ojos y que todos actúen como si fueras un objeto inanimado?
Prefiero que nos miremos, que nos hablemos, que nos preguntemos, que todos nos hagamos sentir parte implicada de todo esto, que para bien o para mal, estamos construyendo entre todos día tras día.

miércoles, 28 de abril de 2010

Ocho años de Gran Vía

No recuerdo exactamente la primera vez que pisé la Gran Vía, creo que era una infante. Tampoco recuerdo la primera vez que pisé la Gran Vía cuando me vine a estudiar a Madrid. Y sin embargo, ahora no puedo dejar de pisarla.
Pertenezco a esa clase de personas que han decidido vivir en el centro de la ciudad, al lado de esta calle que cumple años, para convertirla así en mi barrio, además de ser la calle por la que circulan toda esa apabullante cantidad de coches, ambulancias, motos y sobre todo, personas mirando a ambos lados, porque hay tantas tiendas, tanta gente que mirar y tanto todo, que es imposible ir centrado , por eso nos chocamos tantas veces unos con otros.
Sirve de terapia. Uno se levanta, sale de casa, camina por esta calle que ya hace demasiado tiempo que perdió la cuenta de las pisadas que lleva encima y se siente de otra manera. A mí la Gran Vía me sirve para coger aire. Sí, como esas personas que van al campo a respirar aire puro, a mí el aire que respiro en Gran Vía me da la paz que necesito. Estaré loca, y posiblemente contaminada por dentro, pero me encanta disfrutarlo. Por fin una calle que se mueve sola, que se mueve siempre, que nunca duerme ni descansa, una calle que puedo transitar una y mil veces y que siempre es distinta.
Siempre veo algo que me gusta, algo que no me gusta, algo sobre lo que me gustaría escribir, alguna chica a la que me gustaría copiar su look, algún mayor del que me gustaría aprender, algún niño que me gustaría tener…Siempre veo algo, y siempre es distinto.
Y da igual que haya tratado de convertirla en mi barrio, porque la Gran Vía no es monótona por más que una quiera. Ella tiene vida y ritmo propios, de nada vale lo que intentemos los que la pisamos, andamos, machacamos y adoramos.
La Gran Vía te hace sentir que estás en donde quieres estar, que paseas por donde quieres pasear y que la vida es que haya vida, y no puede haber un lugar donde haya más. He leído miles de artículos, he leído miles de crónicas, miles de historias sobre esta calle y sigo leyendo con las mismas ganas y la misma curiosidad. Siempre me interesa, nunca cansa porque nunca es la misma.
En ocasiones ríe, es una fiesta, se viste con banderas multicolor y da la vuelta al mundo. Otras veces llora triste recordando a alguien que ya no está. A veces incluso grita, muy alto, y se manifiesta. Es capaz de acogerlo todo.
Hay heavys, hay pijos, hay modernos por doquier. Todas las tribus urbanas, esas que tanto gustan ahora, se reúnen sin pudor, sin complejos y sin odios en la Gran Vía. Incluso las meretrices, ahí están desde hace tanto tiempo que parece que venían de serie con la calle, y que le proporcionan un extra.
Es una calle mágica, porque existen pocos lugares que provoquen sentimientos por sí mismos, y Gran Vía es así. No deja indiferente a nadie, porque ella no es indiferente.
Ella alardea de sí misma y de sus contactos: actores, directores, cantantes, artistas, periodistas…teatros, cines, tiendas, cafeterías, restaurantes, perfumerías…tiene de todo. Y lo sabe. Y puede presumirlo. Alardea de generaciones enteras que la han disfrutado, alardea de cócteles con glamour en los años 50 tomados por damas de melenas onduladas, igual que alardea de carteristas que trabajan a destajo y que siempre se llevan algo.
Quizás esa sea una de sus claves: es antigua y es moderna, es glamourosa y es chabacana, es y no es. Quizás eso sea lo que provoca tantas sensaciones. Puedes ser la estrella más estrellosa de universo o la mariliendre más mari de todas, coleta en alto, carrito de la compra en mano. Y eres parte de la Gran Vía en cualquiera de los dos casos.
Para mí, el pulmón de Madrid nunca fue el Retiro.

domingo, 18 de abril de 2010

El colectivo

Ahora que no se puede volar por el pequeño volcancito que se ha vuelto loquito, hay que recurrir de nuevo al autobús. Al menos mucha gente tendrá que coger uno, y habrá muchos que incluso estén dentro de uno en este preciso momento. Yo creo que además de hacer un programa de televisión dantesco, el autobús en sí mismo daría para escribir un libro. Los que viajen en autobús de larga distancia me comprenderán.
Primero, ya en la estación (lugares horrorosos a los que ya me referí en otra ocasión), con tu billete en una mano y la maleta en la otra, esperas a que el conductor (que puede ser de dos tipos: o el más simpático de la clase o el permanentemente enfadado) te indique dónde puedes meter tu preciada maleta. Luego, el miedo. Miedo a dejar allí abandonada tu maleta, por tu cabeza pasan todos los objetos que llevas dentro de ella. Incluso calculas que con lo que suman tus vaqueros preferidos y un vestido que llevas por si sales, ya te pasas de lo que dan en caso de pérdida. Uf…cómo te dejo yo aquí, tirada entre otras, mi maletita linda.
Te armas de valor y la dejas allí. Pero la miras de reojo mientras te acercas a la puerta del autobús. Si has cogido el billete por Internet, tardarás más en subir. Eso de localizar el localizador en un folio es tarea que requiere tiempo. En fin. Subes al autobús, con el corazón en un puño, porque a ver quien te toca de compañerito de camino. Son demasiadas horas, tú llevas demasiadas cosas para entretenerte y lo que no te gustaría que te tocase al lado son demasiadas cosas: no a las señoras que te cuentan las carreras de sus hijos, no al que digamos, ocupa demasiado espacio, no a la que va pegada al móvil para contarle a su amiga “jo tía la que lié ayer”, no al friki de series que lleva el portátil y te querrá comentar el plano tan espectacular que acaba de ver, no al señor que lleva un tupper…uf…alguno de estos te va a tocar seguro.
Si has llegado antes que tu compañero, te sientas con cara de “no quiero que seas tú, ni tú, ni tú” a medida que ves pasar a la gente que sube al autobús. Si has llegado después, miras de arriba abajo a tu compi de aventuras durante las siguientes horas e intentas meterlo en alguno de esos grupos. No es ninguno de ellos, o eso parece.
Te colocas. Abrigo fuera. Ipod fuera, cascos puestos. El móvil a mano. La última revista sacada del bolso. El agua en el bolsillito red ese del asiento de delante por el que se cuela todo. Ay! Las gafas de sol, quizás hagan falta. Notas frío. Abrigo sobre las piernas. Cuántas cosas y qué poco espacio.
Te sitúas exactamente en el espacio que está diseñado para tu trasero. Y lo notas plano nada más salir de la estación. Pero resistirá, piensas, siempre lo hace.
Tu compañero no estaba en ninguno de esos grupos, dijimos. Pero de repente, nada más coger la autovía, das con la clave: era una de esas señoras que duermen desde el origen al destino, ronquiditos de vez en cuando incluídos. Ayhs. Mejor que duerma, piensas, pero te distrae.
Por varios motivos: por envidia. A ti también te gustaría dormir seis horas, pero no puedes. También piensas que quizás no fuera una de las de las carreras de sus hijos, y te podía comentar algo interesante ( en el fondo, saber que vas a ir seis horas callado te hacen convertirte en la del móvil). Esto te hace pensar que qué dirán de ti los demás cuando eres tú el compañero.
Y entonces te dedicas a la reflexión de la vida social y el que dirán y el que pensarán y la moda como elemento marcador de la personalidad….Tantas horas de autobús dan para mucho. Arreglas tu vida, la de todos los que te rodean por la carretera y todavía te queda tiempo para escuchar algo de música y leer un rato.
Y piensas que alguien te dijo alguna vez: Buen Viaje. O bien viaje, que dicen en Alicia.

martes, 16 de marzo de 2010

Café solo o con ellas

Es el título de una peli que tengo y que aún no he visto. Pero esta tarde he he hecho mi propio argumento.
Si tuviera que escribir un guión de película con ese título contaría seguro algo de lo que he hecho esta tarde. Mi café ha sido solo, bueno, con leche, pero sola. Sin ellas, sin ellos…he pedido un café con leche y un donut de chocolate que me ha mirado con ojitos desde la vitrina donde estaba y no he podido más que decirle “ven conmigo, colesterol, ven conmigo, chocolate que me hará liberar endorfinas…” Y así sucedió.
Después del segundo bocado al donut ha comenzado a crearse un entorno maravilloso en la cafetería. La camarera, la más salada del lugar; la gente que entraba, guapa a la par que simpática; el café, riquísimo…Y yo en medio de todo eso, tomando un café solo, o bueno, sola.
Lo hablaba ayer…he aprendido a disfrutar de la soledad, o más bien, de los momentos de soledad, cuando son temporales y elegidos. No me da miedo ya estar sola, y eso es un aprendizaje que lleva tiempo. Recuerdo cuando llegué a estudiar a la capital, niña de provincias, que lo pasaba fatal cuando cerraba la puerta de aquella habitación y me quedaba sola. Y no se me ocurría nunca, jamás, sentarme en una cafetería sin estar acompañada.
Y ahora, me atrevo incluso a pedir algo de comer con el café y a sacar un folio y escribir. Puede llamarse madurez o puede llamarse evolución. No es sólo que lo haga, es que lo disfruto. Porque he aprendido, hace ya un tiempo, a que me guste mi propia compañía, yo mi me conmigo no soy nada aburrida, la verdad.

jueves, 25 de febrero de 2010

Mimetismo Felino

Mimetismo felino. Huele a pitufo. Uñas de Chanel. Ojos verdes. Ojos azules. Ojos grises. Ricitos de oro. Ondas de plancha. Albornoz con las mangas al revés. Cartera de Los Beatles. Agua a cuarenta grados. Espuma de café. Exposición de Warhol. Abrigo de leopardo. Relatos enrevesados. Pies estrechos. Discusiones entre sueños. Cejas anchas. Tiendas que huelen mal. Titos que la aman. Odio a las faxias. Hombreras de Balmain. Flequillo de Kate Moss. Jersey peluchito. Eres tú mi peluchito. Carpeta ordenada. Ugg de zapatillas de casa. Café en la Vintage. Libros en la mesa del comedor. Móvil en silencio. Disco japonés de Pete Doherty. Miu Miu en Fin de Año. Barbie y su columpio. Perfecto de cuero negra. Cabezazos en una atracción de agua. Londres. Respuestas falsas en el oculista. Bolso color camel. Gritos en una canoa en la playa. Conejito en Faunia. Mano dentro del abrigo. Chaqueta de casa colgada en el perchero. Pelo impecable. Dire Straits con trece años. Trabajos perfectos de Educación Física, que no Gimnasia. Señooor. Libros de skins con doce años. Vogue. Bailes de salón, de salón de casa, de sábado a la mañana. Buenas notas en el colegio. Muiñeira con traje verde. Wayfarer en una piscina hinchable en un balcón. Converse de colores. Lágrimas en el cine. Alianza igual que otras dos.

domingo, 7 de febrero de 2010

Donde cabe uno, caben dos

Donde cabe uno, caben dos…al menos, eso dice el anuncio de Ikea…pero es que tienen razón. Eso es lo bueno de estos anuncios, que tienen toda la razón del mundo. Siempre y cuando, claro está, que uno de esos dos quiera hacer sitio al otro uno, y que el uno que llega esté dispuesto a tener poco sitio.
En este caso, donde cabe uno, caben dos, claramente. Y no solamente en una casa llena de cajas de Ikea con ropa interior, sino en una vida. Porque lo difícil no es caber en una casa, sino en una vida. Todos llevamos una mochila a cuestas, algunos, más cargada que el baúl de la Piquer, y es ahí donde empiezan los problemas de caber o no caber. Porque cada uno tiene una mochila, y cargar con la de uno mismo ya es bastante laborioso como para cargar con la de alguien que se presenta en tu vida, la mayoría de las veces sin avisar.
Y he aquí donde estamos ante otra de las claves de las relaciones. Si no tienes que cargar con la mochila de nadie, si cada uno carga con su mochila perfectamente, sin necesitar ayuda, si incluso le ponemos unas rueditas como aquellas de las bicis de niños que nos ayudaban a mantener el equilibrio, entonces y sólo entonces, no habrá ningún problema.
Y ojo! Que la mochila hay que conservarla, eh? Que lleva su trabajo, su tiempo, su esfuerzo, su paciencia, su impaciencia…ir llenándola a lo largo de la vida no es cualquier tontería! Pero claro, hay que, como todo, saber llevarla. No todas se ponen unos Loboutin y tienen unos pies perfectos y unas piernas torneadas.
Cuando uno consigue equilibrarla, y además aprende que no hay que querer mucho (aunque también), sino querer mejor, pues entonces lo que ocurre es que se consigue que donde cabía uno, y estaba cómodo y a gusto, y a su manera; quepan dos y quepan perfectamente, con sus cajas de Ikea, con sus cajones llenos en el baño, con la nevera llenita llenita…y sobre todo, consiguen que en una vida quepa otra, o mejor dicho, que dos vidas se conviertan en una, y entonces, sólo entonces…¡¡¡¡doooonde cabe uno caben dooooos!!!!!

martes, 5 de enero de 2010

TERROR EN EL HIPERMERCADO

Me encanta la Navidad, pero no comprendo para nada que la gente se estrese, se ponga nerviosita, se altere, se enfade…¿Por qué? Llevo unos días presenciando escenas de violencia shoppinhera. Me explico:
Ayer, una chica en la caja de H&M se volvió loca porque según ella la cajera le estaba entregando mal el cambio. La cajera repasó las cuentas de su caja y le cuadraba, así que no le había dado mal las vueltas. Pues la chica, en lugar de irse tranquilamente pensando dónde habría metido su dinero se dedicó a decir toda clase de improperios sobre la pobre chica de la tienda que se quedó blanca tras escuchar de la clienta (y las clientas siempre tienen la razón así que se tuvo que callar) que era una incompetente, que no estaba bien así, que no valía para nada, y que quería hablar con el director. ¿Director? Gran frase de mi hermana: ¿quiere que venga el sueco? ¿El director general de H&M? Muy fuerte…como mucho, consiguió que se acercase una encargada que intentó tranquilizarla, pero nada…al final se fue, diciendo que volvería. Amenazas entre los vestidos de fiesta de rebajas. Impresionante.
Siguiente parada: el VIPS. Resulta que en la cola para la caja dos chicas se indignan porque un señor intenta colarse. El señor se enfada muchísimo, levanta su dedo índice hacia ellas y les dice “Me han llamado maleducado, a mí! Mequetrefes!!!”. Tensión entre las chocolatinas y los calendarios. Al fondo, gente merendando tortitas.
En Massimo Dutti, una señora se nos planta delante en la cola de la caja. Le indico amablemente que yo, camiseta en mano, también me dispongo a pagar. Me dice que ella estaba allí antes y que si se mueve y no está en la cola es porque tiene niños a los que perseguir. ¿Niños? Monstruitos tirados en las escaleras de la tienda, arrastrándose por todas y cada una de ellas, impidiendo el paso a todo aquel que quiere subir o bajar, gritando…y mientras, su madre, esa buena mujer que se sale una y otra vez de la cola para atenderlos, lo único que les dice en tono agudo y cariñoso (¿no se supone que está riñendo?) es “Juaaaan, Peeeeedro”…y los niños ni caso, pero ni caso de verdad. Ella con cara de cabreada con varias prendas en la mano, desapareciendo de la cola. Si tienes unos hijos energúmenos quizás no deberías ir de compras con ellos. Enfado entre las camisas de flores de la Provenza y los vestidos a lo Memorias de África.
En el mercado las cosas funcionan mejor. Las lechugas están frescas, los calabacines enteros, el frutero sólo pregunta “¿Algo más?” y la de la pollería nos filetea unas pechugas que da gusto verla. Además, el chico que nos pone un cuarto de kilo de cerezas (cerezas en enero! viva!!!!) nos dice “Gracias, guapas” y el pescadero nos sonríe al darnos las vueltas.

Conclusión: nuestro Shopping va a ser a partir de ahora por el Mercado de Barceló.

Sonrían, señores, que es año nuevo ;)