viernes, 30 de septiembre de 2011

Tonta

Soy gallega. Eso que quede claro desde el principio. Que no me escondo, que hablo desde el amor a mi tierra y a mi gente, que al final soy yo misma.

En julio de 2009, todos los gallegos celebramos que por fin, la Real Academia de la Lengua eliminó la acepción de “tonto” de la definición del término “gallego”. Pero parece que a algunos todavía no les quedó claro. Que alguien por favor, le haga llegar un diccionario a Artur Mas en el que aparezca subrayada esta palabra. Que no, señor Mas, que no somos tontos, por más que el diccionario lo dijese hasta hace un par de años.

En cualquier caso, sigue constando en el diccionario que somos “tartamudos”. Todo esto viene porque dice la RAE que en El Salvador se sigue usando. En fin, no sé, pero desde luego tartamudos así, en general, todos los gallegos, no somos. Los hay, claro, pero también allí tenemos logopedas. Quizá el señor Ms se agarrase a esta definición para decir eso de que a los gallegos no se nos entiende cuando hablamos en castellano. No sé qué puede alegar para decir lo mismo de los andaluces, habrá que verlo.

Esta manía es muy española (lo siento, Mas, esto no le va a gustar). Esto de explicar algo poniendo verdes a otros. Para ensalzar a los niños catalanes hay que desprestigiar a los gallegos y a los andaluces. Pues muy bien, ¿esa es la política? ¿No tiene usted argumentos propios para defender a sus niños? Niños que, por cierto, seguro que hablan fenomenal en castellano y en catalán, es su obligación, por otra parte, igual que la mía, que fue hablar y comprender y escribir y no tener faltas de ortografía en castellano, pero también en gallego. Vamos, que nosotros también tenemos otra lengua, que también somos bilingües, que también merecemos nuestro reconocimiento igual que sus niños catalanes y lo mismo que los niños vascos. Que son tres las lenguas que existen en España además del castellano, señor Mas.

Parece que Rosa Díez sentó precedentes. A ella también ser gallego le parecía lo peor, ella misma dijo “gallego en el sentido más peyorativo del término”. Tartamudo será entonces, porque otro sentido peyorativo de gallego no encuentro, y además, ser tartamudo tampoco me parece nada grave.

Pero qué manía de meterse con los gallegos. No, no somos tontos, no somos catetos, no somos narcotraficantes… ¡qué manía de generalizar! ¡Impresionante! Visto así, soy rubia, por tanto, tonta; gallega, por tanto más tonta aún y encima fui de la primera promoción de la LOGSE, no digo más.

Agradezco sus disculpas, que las ha pedido hoy mismo, pero considera sus palabras una “afirmación desenfadada”, verá, señor Mas, los políticos también cobran por lo que dicen, igual que hacemos los periodistas, así que en nuestro sueldo, en el suyo y en el mío, también va el tener cuidadito con las palabras que salen de nuestra boca, cuidadito con molestar a nadie, cuidadito con no cometer errores graves…que los gallegos no le votamos, señor Mas, pero los de Galicia, porque dese una vuelta por Cataluña a ver cuántos hay. A lo mejor ellos no le entienden a usted a la hora de meter la papeleta de CiU. Igual que no entendimos a Rosa Díez.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Yo nunca he...

Volvía a casa después de trabajar. Dirigí al taxista hacia mi calle, diciéndole que tenía que coger la esquina del McDonald’s. Su respuesta: no sé dónde está porque nunca he comido en un sitio de esos.

Estupendo, señor. Tampoco le había pedido esa información. Me parece maravilloso que usted cuide su dieta, que se alimente equilibradamente, que tome sus tres raciones diarias de fruta y verdura, que tome lácteos y pescado azul y que haya descubierto que el tomate es un gran antioxidante. Lo digo en serio, me parece genial que su analítica sea de diez, pero…yo solamente le había indicado por dónde se va a mi casa.

No entiendo esta manía de algunas personas de añadir informaciones superfluas, innecesarias, como para darse a conocer. Señor taxista, si yo quisiera conocerle un poquito más, empezaría preguntándole su nombre, por ejemplo, que es un dato que me gusta saber de la gente antes que saber lo que comen. Así lo hago con otros compañeros suyos que me traen a casa cada noche.

Pero si empezamos a conocernos porque usted me mira mal y me habla en tono despectivo de un McDonald’s, que por cierto, yo tampoco frecuento, como si yo que se lo indico para que no se vuelva usted loco con el GPS ese de los demonios, que tarda más en poner la calle que en llegar a mi casa, lo hiciese porque es mi restaurante favorito, mal empezamos para hacernos amigos.

A esta gente me dan ganas de gritarle… ¡que no me importa! Luego, me doy cuenta de que quizás me alteren demasiado este tipo de comentarios. Hay más, además de la gente que dice que no como hamburguesas prefabricadas. Están también los de Gran Hermano. “Ay, no, yo es que nunca he visto Gran Hermano”. Pues o tienes la televisión apagada de sol a sol, o no la tienes, pero si no puedes afirmar ninguna de estas dos cosas, mientes.

Porque otra cosa no, pero Telecinco, repetir a todas horas y en todos los programas sus must de los realitys, eso se le da genial. De hecho, creo que este verano vi más a Amador Mohedano abrazarse en el suelo de la playa con Rosa Benito que a la frutera de mi barrio. Por cierto, ya que estamos, ¿también pensasteis por un momento que la Venenito iba a morir aplastada?

En resumen, me parece estupendo el que va al McDonald’s una vez a la semana, me encanta el que va y pide una ensalada, me parece genial los que ven Gran Hermano 24 horas, y también los que se saben el nombre de todos los concursantes, de todas las ediciones, y las relaciones entre ellos (esto merecería un premio, de hecho), y claro está, me parece igual de bien, que usted, amigo del taxi, no vaya nunca a comer un big mac; igual que me pongo contenta con los que escuchan la radio y no tienen tele para ver realitys en casa.

Pero de todas maneras, no son datos que me apetezca saber de la gente que acabo de conocer. De hecho, en el taxi, después de la respuesta del taxista, ordené en una lista a mis amigos entre los que comerían en un McDonald’s y los que no, y todavía tengo dudas…

Y a todo esto…este señor sabe qué es ese restaurante, por tanto, podría saber dónde está aunque nunca entrase, o a caso porque yo nunca haya dado las campanadas de Nochevieja, ¿ya no puedo saber dónde está la Puerta del Sol?

martes, 6 de septiembre de 2011

Ceviche de langostinos

“Tengo que quitar el ceviche de la carta, a nadie le gusta”, nos dijo el camarero entre sollozos. Había sido una idea suya, para renovar un poco la oferta del restaurante, pero resulta que a la gente le encanta comer pescado crudo en forma de sushi, pero no en forma de ceviche de langostinos. “A nosotras nos encantó”, dijimos. Mi hermana de verdad, yo un poco por pena, porque a mí tan crudo y tan aliñado no me entusiasmó demasiado tampoco y entendí que lo tuviera que sacar de la carta.

El que no parecía entenderlo era él, que nos lo contó tan afectado que estuve a punto de decirle que nos sacara otra ración, que nosotras lo íbamos a disfrutar. El hombre estaba triste, porque una idea suya no había llegado a buen puerto, y en la cara se le notaba que lo consideraba un fracaso de nueva temporada.

Luego, unos días más tarde, leí que no estamos preparados para el fracaso, porque la sociedad que se ha ido construyendo (hablo en impersonal que es mejor para no ofender a nadie) no nos ha enseñado que en la vida, también se puede perder. Nos hemos acostumbrado a ganarlo todo, o a querer ganarlo todo. En el cole teníamos que ser los de las mejores notas, los mejores deportistas, los que hicieran las mejores marcas en las ligas, los más guapos, los más populares de la clase…siempre los más. Pero es que eso no sólo fue en el cole, en las siguientes etapas de estudiantes, también, y en el trabajo, por supuesto que también.

La ambición es buena, pero sabiendo que aunque pretender siempre ser el mejor y el más acertado está bien, no siempre se puede. También se pierde. También las cosas salen mal. También se aprende de eso. También, el ceviche de langostinos puede no tener éxito y tienes que sacarlo de la carta.

Pero es que apenas tenemos herramientas para el fracaso. ¿Qué hacer? ¿Cómo tomárnoslo? Pues como un aprendizaje más, supongo, y como un puntito más en aquella frase que me lleva diciendo desde niña un buen amigo: el que no arriesga, no gana. Por tanto, arriesgar también significa perder. Y no pasa nada.

Si ese plato que elegiste, que creíste que era bueno, que iba a gustar, no funciona, pues te inventas otro, y sacas la conclusión de que esto es España y que aquí crudo, lo justo, japonés y poco más…digo yo, por decir algo. Pero no te disgustes, no te sientas fracasado, porque es tan sólo un error, de esos que tienen fácil arreglo y poca importancia.

Además de saber perder, deberíamos relativizar un poco lo que nos pasa, sé que usar argumentos como que la vida es demasiado corta para complicarnos, está demasiado visto, pero… ¡es que es una gran verdad! Pasamos el tiempo torturándonos por errores que cometemos, que nosotros les ponemos la etiqueta de fracasos, en lugar de aprender de ellos y mirar hacia delante, sin más. Que tampoco es para tanto.

¡ Que con langostinos se puede hacer hasta una ensalada !