miércoles, 5 de octubre de 2011

¡Vivan los novios!

Lo he intentado, pero no lo he conseguido. Llevo días intentando evitar escribir algo sobre la boda de la Duquesa de Alba. Pero no lo he conseguido. Finalmente, sucumbo. No puedo más. Táchenme de oportunista, si quieren, porque de tanto evitarlo, lo escribo hoy, día del evento.

Verán, no quería escribir porque no estoy de acuerdo con casi nada de lo que se está diciendo. Yo soy pro Duquesa, pero también pro Alfonso. Yo soy una defensora de la vida, de disfrutar de la vida, de ser feliz en la vida, de disfrutar de esos momentos felices que componen la vida.

Y me da igual que tenga ochenta y cinco años una, y sesenta el otro. Ella quería casarse, sea por el motivo el que sea, y él estaba allí, a su lado, sea por el motivo que sea, para casarse con ella.

No creo que Cayetana no tenga sentido común, ni que haya perdido la cabeza. Lo único que tenía ella era un deseo: quería esa boda en Dueñas hoy con él. Y lo ha hecho. Pues un ole por ella. Y como no, un ole por él, que lo que está haciendo Alfonso es cumplir el deseo de una persona que está a su lado.

Pero como es este un país de envidias, esto está llenito de señoras que lo critican. Posiblemente porque ellas no tuvieron nunca a su lado, ni tan siquiera por interés, a nadie que les cumpliera sus caprichos y por tanto, les aportara la felicidad que ellas demandaban. Pues se siente, la Duquesa sí lo tiene. Aunque sea a base de un sueldo, ¿y qué? Este país está lleno de mujeres que viven con unos maridos a los que no quieren y que están con ellos porque son directores de, economistas en, asesores de…y tienen un chalé en la Moraleja. También está lleno de hombres que están con mujeres a las que no quieren pero que les sirven porque quedan bien con sus mechas rubias sentadas en una cena de gala. ¿Cuál es la diferencia?

La Duquesa de Alba además, tiene ochenta y cinco años, edad más que suficiente para que nadie tenga ningún derecho a valorar lo que hace y deja de hacer. Es mayorcita ya para saber lo que quiere. Le podía haber dado por casarse o por comprar una isla en las Bahamas. Es ella, es su dinero y es su vida, ¿qué derecho tiene nadie a juzgarla? ¿Se ha metido ella en la vida de los demás?

Especialmente esto me molesta por parte de los hijos. Los de ella y los que salen estos días a decir, con la boca llena, eso de “si fuera mi madre yo no lo hubiera permitido”. A ver un momentito… ¿qué tiene que permitir un hijo a sus padres? El mundo al revés. Este tema sí me pone de mal humor. Ningún hijo tiene derecho alguno a decidir ni a meterse en la vida de sus padres, precisamente por eso, porque es su vida. Y con nuestra vida, que es solo nuestra, cada uno hace lo que le viene en gana. Era lo que faltaba tener que pedir autorización a un hijo. Y encima preocupados por en qué se gasta su dinero, que es suyo, su madre. Pensando en lo que les va a quedar. Prometo hablar otro día del tema de las herencias, que me da sarpullido también. El dinero, casas, o las joyas del siglo XV que uno tenga son suyos, para disfrutarlo uno mismo, así que si sobra cuando me muera, que lo repartan, y si me lo gasto todo y lo vendo todo, mío era, mío fue.

El eterno tema. Padre o madre separado que rehace su vida. Hijo o hija que no le parece bien. No me entra en la cabeza. ¿Por qué tienen que tener más derecho unos que otros a hacer lo que quieran en su vida? Y más llegados a una edad, con ochenta y cinco años…

Aviso a mis futuros hijos: ni se os ocurra meteros en mi vida. Ni se os ocurra. Mi vida es mía, la vuestra va a ser vuestra y lo que vamos a hacer es poner en común parte de ellas, pero en armonía.

Y si con ochenta y cinco (ojalá llegue a ellos) me da la gana de casarme de nuevo (espero que con vuestro padre) o me gasto todo lo que me queda jugando al cinquillo, pues dejadme en paz. Porque será mi vida, será mi dinero y será mi deseo. Y tengo todo el derecho del mundo a tener absoluta potestad sobre ella.

Así que no me importa en absoluto que la Duquesa se haya querido casar, me parece estupendo, y que Alfonso haya decidido hacerlo me parece todavía mejor.

Y no me importa en absoluto que estén o no enamorados, que estén o no a gusto el uno con el otro o que haya un interés monetario de por medio. Es su vida, es su decisión y no considero que nadie haya engañado a nadie.

Así que… ¡vivan los novios!