domingo, 18 de abril de 2010

El colectivo

Ahora que no se puede volar por el pequeño volcancito que se ha vuelto loquito, hay que recurrir de nuevo al autobús. Al menos mucha gente tendrá que coger uno, y habrá muchos que incluso estén dentro de uno en este preciso momento. Yo creo que además de hacer un programa de televisión dantesco, el autobús en sí mismo daría para escribir un libro. Los que viajen en autobús de larga distancia me comprenderán.
Primero, ya en la estación (lugares horrorosos a los que ya me referí en otra ocasión), con tu billete en una mano y la maleta en la otra, esperas a que el conductor (que puede ser de dos tipos: o el más simpático de la clase o el permanentemente enfadado) te indique dónde puedes meter tu preciada maleta. Luego, el miedo. Miedo a dejar allí abandonada tu maleta, por tu cabeza pasan todos los objetos que llevas dentro de ella. Incluso calculas que con lo que suman tus vaqueros preferidos y un vestido que llevas por si sales, ya te pasas de lo que dan en caso de pérdida. Uf…cómo te dejo yo aquí, tirada entre otras, mi maletita linda.
Te armas de valor y la dejas allí. Pero la miras de reojo mientras te acercas a la puerta del autobús. Si has cogido el billete por Internet, tardarás más en subir. Eso de localizar el localizador en un folio es tarea que requiere tiempo. En fin. Subes al autobús, con el corazón en un puño, porque a ver quien te toca de compañerito de camino. Son demasiadas horas, tú llevas demasiadas cosas para entretenerte y lo que no te gustaría que te tocase al lado son demasiadas cosas: no a las señoras que te cuentan las carreras de sus hijos, no al que digamos, ocupa demasiado espacio, no a la que va pegada al móvil para contarle a su amiga “jo tía la que lié ayer”, no al friki de series que lleva el portátil y te querrá comentar el plano tan espectacular que acaba de ver, no al señor que lleva un tupper…uf…alguno de estos te va a tocar seguro.
Si has llegado antes que tu compañero, te sientas con cara de “no quiero que seas tú, ni tú, ni tú” a medida que ves pasar a la gente que sube al autobús. Si has llegado después, miras de arriba abajo a tu compi de aventuras durante las siguientes horas e intentas meterlo en alguno de esos grupos. No es ninguno de ellos, o eso parece.
Te colocas. Abrigo fuera. Ipod fuera, cascos puestos. El móvil a mano. La última revista sacada del bolso. El agua en el bolsillito red ese del asiento de delante por el que se cuela todo. Ay! Las gafas de sol, quizás hagan falta. Notas frío. Abrigo sobre las piernas. Cuántas cosas y qué poco espacio.
Te sitúas exactamente en el espacio que está diseñado para tu trasero. Y lo notas plano nada más salir de la estación. Pero resistirá, piensas, siempre lo hace.
Tu compañero no estaba en ninguno de esos grupos, dijimos. Pero de repente, nada más coger la autovía, das con la clave: era una de esas señoras que duermen desde el origen al destino, ronquiditos de vez en cuando incluídos. Ayhs. Mejor que duerma, piensas, pero te distrae.
Por varios motivos: por envidia. A ti también te gustaría dormir seis horas, pero no puedes. También piensas que quizás no fuera una de las de las carreras de sus hijos, y te podía comentar algo interesante ( en el fondo, saber que vas a ir seis horas callado te hacen convertirte en la del móvil). Esto te hace pensar que qué dirán de ti los demás cuando eres tú el compañero.
Y entonces te dedicas a la reflexión de la vida social y el que dirán y el que pensarán y la moda como elemento marcador de la personalidad….Tantas horas de autobús dan para mucho. Arreglas tu vida, la de todos los que te rodean por la carretera y todavía te queda tiempo para escuchar algo de música y leer un rato.
Y piensas que alguien te dijo alguna vez: Buen Viaje. O bien viaje, que dicen en Alicia.

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