martes, 25 de mayo de 2010

Comunicación desconocida

Estaba leyendo un artículo sobre la comunicación entre desconocidos, entre vecinos, con el quiosquero…y resulta que según se dice se está perdiendo la costumbre de los holas, qué tal, cómo está usted. Las famosas conversaciones de ascensor dejan paso a silencios que ya no son incómodos.
Me ha dado pena. Porque yo creo que los grandes momentos de la vida son los pequeños momentos. Esos hola con una sonrisa que te dedica un vecino y que te hace sentir viva, parte de lo que se mueve, perteneciente a un mundo que es también el tuyo.
Y además, los grandes pequeños momentos son también los que se comparten con desconocidos, o casi desconocidos, como los buenas tardes de la del súper donde compras siempre, ella sabe que tú siempre llevas pan bimbo y tú sabes que ella va a la pelu una vez a la semana, porque luce melena orgullosa.
Y los compañeros de trabajo son otros grandes desconocidos conocidos. En las empresas algo grandecitas, donde trabajamos muchos pero nos conocemos pocos, un qué tal de esos que no significan nada hace que te sientas parte de ese mucho, de ese todo del que en realidad formas parte, pero necesitas reafirmarlo con un “¿quieres algo de la máquina?” de alguien del que sólo sabes su nombre y que puesto ocupa, si acaso.
Porque en esos pequeños gestos demostramos todos mucho más de lo que creemos, si es que algún momento le habíamos dado importancia. Cuántas veces un qué tal de esos me ha hecho entreabrir la boca para soltar todo lo que realmente diría si el qué tal fuera de verdad, y no decirlo me alivió tanto…Cuántas veces una sonrisa me ha hecho creer que el día no estaba del todo perdido, cuántas veces una pequeña ayuda como la de decir hacia dónde tiene que colocarse una hoja para un fax me ha servido para sentirme rodeada de personas dispuestas a ayudar.
Pero a veces de todo esto sólo nos damos cuenta cuando falta alguna persona que siempre está en el decorado que estamos acostumbrados a ver y al que no damos ninguna importancia. Por ejemplo: qué pasaría si mañana fuéramos a tomar un café y el camarero de siempre fuera sustituido por otro? Nos preguntaríamos: le habrán echado, se habrá ido, le habrá pasado algo…?
Pero cuando pedimos cada café a veces no pensamos más que en tomar ese café. Nada de sonrisas, de qué tal, de hola camarero de toda la vida, te conozco, me conoces, mirémonos como conocidos que somos. Nada. Nada más que nosotros. Pero y ellos, que hay de ellos? Porque nosotros también somos ellos. En algún momento, el receptor de la sonrisa y del hola amable y de las gracias eres tú, y entonces, también te da igual que nadie te mire a los ojos y que todos actúen como si fueras un objeto inanimado?
Prefiero que nos miremos, que nos hablemos, que nos preguntemos, que todos nos hagamos sentir parte implicada de todo esto, que para bien o para mal, estamos construyendo entre todos día tras día.