domingo, 29 de enero de 2012

Somebody forget his Ray-Ban sunglasses?


Me encanta Jack Nicholson en Mejor Imposible, es más, me encantan sus gafas. Y me divierten y preocupan, a partes iguales, sus trastornos obsesivos.

Ahora bien, no recuerdo haber visto en la película que el protagonista sufriera del siguiente trastorno: da igual el clima, si te pones las Wayfarer ya no te las puedes quitar.

No lo recordáis tampoco, ¿verdad? No estaba en el restaurante con las gafas, ni en casa, ni tan siquiera en el portal.

Pues debe venir este nuevo TOC en la funda de algunas Ray-Ban. Porque no es la primera vez, ni será la última, que veo a personas, chicos y chicas, absolutamente pegados a sus gafas de sol.

Las llevan incrustadas, no se las pueden quitar. Da igual que esté nublado, que empiece a llover o que estén dentro de una cafetería. Por no hablar del aeropuerto o de las estaciones del AVE. Ahí ya las luces de neón deben ser peores que el rayo de sol más nocivo.

Seguro que vosotros también los habéis visto: oscuros, escondidos bajo sus gafas de sol, pegados a ellas. Pueden pedir una Coca-cola con ellas puestas, pueden ir por la calle jugándose la vida en un día oscuro, e incluso pueden tratar de mirarse en el espejo del portal, aún no sé muy bien cómo.

O el mundo está lleno de fotofóbicos y yo no lo sabía, o tienen un TOC llamado Ray-Ban, o son una nueva raza, con una visión más poderosa que la nuestra. Alguna de estas tres opciones debe ser.

Si no, ¿por qué?, ¿por qué las gafas de sol pegadas?, ¿por qué hacen como que no las llevan?, ¿por qué muchas de ellas son de la marca que llevaba Nicholson?

Es cierto que las gafas de hoy en día son un complemento más de moda, pero para eso también están las gafas “de ver”, que hay quien lleva sin tener ni una dioptría, pero lo de las de sol me parece más grave porque limita la comunicación.

El no poder mirar a los ojos de tu interlocutor es restar vías de expresión. Hay personas que, a pleno sol, se retiran las gafas para saludar, para mostrar sus ojos, para ver y dejarse ver.

Pero hablo hoy de sus contrarios, de los “érase una vez unas gafas de sol a un hombre pegadas”. A mí me parece que debe ser incomodísimo.

Vi a dos chicos en una cafetería. Los dos, Wayfarer pegadas. Hablaban sólo entre ellos, gafa con gafa, él con un flequillo que le caía por encima de uno de los cristales, así que ya la reducción de la visión era increíble. Charlaban animados. Los observé sin bajar la mirada. Con mis gafas, de ver.

De pronto, ¡oh! Un nuevo chico. ¡Oh! Sin gafas. La saluda a ella. Cafetería sin cristalera, luz artificial, siete de la tarde. Enero en Madrid. La miro, le dice hola, mueve un brazo. Y pienso que ahora sí, ahora se quitará las gafas. Para mi sorpresa, con ese brazo se atusa la melena (tonteo a la vista con un singafas) pero no se quita sus lentes.

Definitivamente, es un TOC. Si se quitase las gafas, podría ocurrir cualquier cosa. Incluso que la chalada que escribe sola en una mesa se ponga en pie y aplauda.

domingo, 15 de enero de 2012

Fuera de juego

Tengo la sensación últimamente de que la prima de riesgo es como el fuera de juego: por más que me la expliquen, sigo sin tenerlo del todo claro.

Escucho desde hace un tiempo la palabra tecnócrata. Se refiere a la persona que ocupa un cargo público prácticamente porque tiene conocimientos técnicos. En casi todos los casos se refieren a políticos, pero parece que esta definición se puede aplicar ahora a todos los que hablan o escriben en los medios de comunicación sobre asuntos como la prima de la que les hablaba.

Llevo tiempo pensando que algo falla. No puede ser que un periódico o una radio comuniquen más noticias que no se comprenden que noticias fáciles de entender. Pensaba que lo que habían explicado en la facultad servía de algo. Aquello de “las bases del estilo periodístico son: claridad, sencillez y precisión”. Ni una.

Creía que la función del periodista es hacer llegar al resto de ciudadanos lo que ocurre en el mundo, bien contado y sobre todo, bien explicado.

Y sin embargo, últimamente observo que para entender gran parte de las noticias (radio y prensa, dejemos aparte la televisión) tendría que haber estudiado Económicas. Y no me considero una ignorante, pero leo y escucho noticias demasiado complicadas.

Siempre me desagradaron las élites, en todos los sentidos, y más cuando se trata de una profesión como la nuestra que, además de todo, tiene una responsabilidad social. Si cumplimos esta responsabilidad, no tenemos que hablar y escribir para las élites, para los economistas o directivos varios, sino para los ciudadanos, para todos, porque el Euribor y el tipo de interés posiblemente afecten más al camarero que me acaba de poner el café (buenísimo, por cierto) que al director financiero de una gran empresa.

Pero este tema no pretendo abordarlo como lección de periodismo (sería demasiado valiente y pretencioso por mi parte), sino como una ciudadana de a pie a la que le gustaría entender de un modo más rápido lo que pasa en el mundo, lo que lee y lo que escucha. Quisiera poder comprender hasta las noticias más elaboradas.

Y para ello, no creo que sea necesario bajar el nivel, porque se puede explicar un tema correctamente ofreciéndolo bien escrito o narrado, con las palabras adecuadas, pero asequible para todas las mentes.

Las tertulias y los debates políticos, los artículos…deberían poner ejemplos, tener una introducción explicativa, no entrar bruscamente en esos temas y con esos términos que tanto cuesta comprender. Deberían tener en cuenta que vivimos en la sociedad de la prisa y que nadie dispone del tiempo suficiente como para coger una enciclopedia mientras escucha la radio o lee un editorial.

Las noticias las protagonizamos todos, afectan a todos, por tanto, todos debemos poder comprenderlos.

Llevaba tiempo dándole vueltas a este asunto, pensando si estaría en lo correcto hasta que la fortuna de trabajar entre grandes profesionales me tocó con su varita.

Manuel Esteban, Manolete, se acercó a nuestra mesa haciendo esta misma reflexión. Y entonces lo vi claro: Manolete me explica el fuera de juego y lo entiendo perfectamente, pero lo hace, no pasa de puntillas, así que alguien debería pararse a tratar de explicarme la prima de riesgo.

Porque entre contar un cuento y dar una clase magistral existe el color gris.