Los parques infantiles. Esos lugares. Los hay metidos
en la ciudad, tan metidos que cuando no tienes hijos ni reparas que hay un
cuadrado rodeado de vallas de colores que incluye dentro, a saber: tobogán, red
para trepar y balancín para dos niños. Suelo, de goma, de ese de ahora moderno,
a prueba de golpes.
El suelo previene de golpes, eso es verdad. Los he
visto caerse de todas las edades y desde todas las alturas, y nunca ha pasado
nada grave. Pero es que el suelo no lo es todo. Teniendo en cuenta que estos
parques tienen unas edades límite que no se cumplen…primer problema. Niños
preadolescente corriendo detrás de una pelota enfrentados a pequeños de un año
que empiezan a caminar. La guerra.
Uno percibe que es la guerra cuando ve la trinchera. La
trinchera es un banco, que está justo en medio del cuadrado, sobre un espacio
de suelo que no está dulcificado. Allí están ellos: los padres. Padres y madres
y abuelos y abuelas y niñeras. De todas las edades, que para esto no hay
límites, y si los hubiera tampoco se cumplirían.
Existen dos clasificaciones: la de los progenitores y
la de los infantes. Porque vayas cuando vayas, sea el día que sea y la hora que
sea…siempre hay uno de cada.
Podría hacer la clasificación de los niños, pero es
complejo porque entran edades, personalidades aún sin formar y distintos
elementos…como por ejemplo, quiénes son sus acompañantes en el parque.
Por eso, hablemos solamente de los padres. Los primeros
a los que se ve cuando uno de acerca a la trinchera es a los de la pandilla.
Cuchipandi, chupipandi o tertulia de sabios, llámese como quiera. Esta es la
típica reunión de padres de niños, que o bien se conocen de las guarderías (no
soy tan mamá moderna para llamarle escuela infantil) y colegios. Otros se
conocen simplemente de verse cada tarde en el mismo parque. Pero han hecho
piña. Se supone que unos vigilan a los hijos de los otros y que así todo está
más controlado. La realidad es que aquello se suele convertir en una
conversación sin fin (que da igual el día que vayas y a la hora que vayas,
siempre está en el mismo punto) que incluye siempre coletillas del tipo: “pues
el mío..”, “pues a esa edad el mío ya…”, “ten cuidado si te hace eso porque una
vez leí que…” etcétera. Y la realidad también es que los hijos de los
tertulianos suelen ser los que siempre se meten en algún lío porque los padres,
a base de tanto reflexionar sobre la maternidad, paternidad y derivados, se han
olvidado de echar un ojo a sus polluelos.
Este grupo de padres no son de fácil acceso. No puedes convertirte
en uno de ellos hasta que pasa una buena temporada, has podido hacer algún
comentario en la conversación y les has parecido una buena colaboradora. Sobra
decir que estoy fuera.
Otra agrupación es la de las niñeras. Es menos frecuente,
porque a ellas les gusta ir por libre, pero en ocasiones se reúnen varias para
hablar con bastante cariño siempre de los niños de los que se ocupan. Las veo
por lo general atentas y contentas. Incluso orgullosas de sus pequeños que casi
siempre tienen rasgos físicos absolutamente opuestos a ellas. ¿Será requisito
para contratar?
Las niñeras que van por libre suelen interactuar con
las madres sueltas. Las madres sueltas son esas que no entran dentro de la
tertulia de sabios. Que van al parque con su retoño, le ayudan a subir al
balancín y se plantan o en una esquina del parque mirando el whatsapp o
perennes al lado del pequeño en cuestión en clara alusión al término que
aprendí en la SER: madre helicóptero.
Los padres sueltos también existen. Suelen ser papás de
hoy, entusiastas con sus pequeños, los lanzan al vuelo entre sus brazos y los animan
a trepar más alto por la red. Los besan. Los adoran y los muestran a los demás.
Cuando no hablan de mamá son separados, y cuando miran con frecuencia el móvil
y el reloj, están esperándola o temiendo llegar tarde a casa, aunque vuelvan del
parque. A las madres sueltas no se las distingue: pueden ser o no familia
monoparental, nunca se sabe.
Pocos casos se dan de acercamiento entre padre suelto y
madre suelta. Se hablan, hablan de sus niños, pero no intercambian miradas. La
mirada fija en el tobogán. Eso es así.
Los clásicos también existen. Llevan camisa y mocasines.
Ellas vestido recto. Es una frivolidad y un prejuicio pero es. Vienen de
trabajar y van al parque. Suelen buscar una terraza aledaña para tomar algo
mientras los peques están en el parque y entre ellos, si es que van juntos
padres y madre, suelen estar enfadados.
Enfados también hay muchos en los parques. Entre padre
y madre. Entre madres y padres de niños distintos no suele haber mucho lío. Hay
como una especie de ley no escrita: tu niño le pega al mío, o lo empuja, pero
somos razonables los adultos y sabemos que son cosas de críos. También se
comparten mucho los juguetes. Eso sí, cuando se va el dueño de Pocoyó, la madre
reclama al muñeco azul como si fuera otro hijo suyo.
Luego están los abuelos. Esos héroes que siguen
corriendo tras unos nietos que les sacan ventaja física pero casi nunca
educacional. Algunos, hastiados, se sientan en la trinchera, en una esquina que
les permite la tertulia. No participan. Se abstraen mirando a su nieto o a otros
niños. Preguntan siempre la edad del tuyo. Y creen que nunca meriendan
demasiado.
Luego está el padre nacido en los 70 que considera que
los parques son un lugar peligrosísimo a pesar de que en el que jugaba él de
pequeño el tétanos era lo mínimo que podía contraer un menor…
Pero esa es otra historia…