miércoles, 7 de octubre de 2009

Café, no café, café, no café...

Sábado. Once de la noche. Mítica cafetería en el centro. Antigua. Columnas del siglo pasado. Piano de cola. Mesas de mármol. Día de fiestas en la ciudad. Pedimos un café. Hasta ahí todo normal, incluso bonito. Marco incomparable, compañía grata, noche de ambiente. Pedir un café es fácil. Lo pides, lo hacen, te lo sirven, lo tomas, pagas y te vas. Sencillo. Eso hicimos. Todo perfecto. De repente me giro.
En la mesa de al lado, aún sin recoger de los anteriores, se sienta un chico. Chico informal, de barba de tres días, de pantalones vaqueros, con una funda de guitarra negra que apoya en una silla y una mochila que deja cuidadosamente en el suelo. Está sentado. Mira a la camarera que se acerca airosa. Levanta la mirada y se encuentra con la de ella. Ella recoge una taza de la mesa, pasa un paño rápidamente y le suelta : "No te pienso atender".
Así, como a nosotros nos dijo "Buenas noches, ¿qué van a tomar?", le dice al chico informal que no lo piensa atender, y se gira, con la taza que acababa de recoger en una mano, el paño en la otra y meneando las caderas como sólo los sudamericanos saben mover. Eso sí, no era salsa, era enfado.
Miro al chico informal. Esboza una mueca y no lo duda: se levanta. Suave, despacio, coge con cuidado su guitarra, como si fuera su chica (no dudo que lo fuera), coge su mochila del suelo, se la pone al hombro y hace ademán de salir por la puerta. Al pasar a nuestro lado, nos quedamos mirando. Lo miro y le digo con los ojos que no entiendo nada.
Las botas que lleva colgadas en la mochila dan en nuestras sillas. Se gira. Dice "Perdona", baja la mirada...le decimos "¿qué ha pasado?". Levanta la mirada. Nos mira directo, limpio, sincero...y nos dice con una voz de haber vivido más que todos los de la cafetería mítica del centro juntos: "no pasa nada, a veces no hay demasiada cultura". Se da la vuelta, de nuevo despacio, se coloca la mochila y sale de la cafetería. Lo vemos desaparecer por la plaza.
No entiendo lo ocurrido, por un momento, pienso que no ha pasado, o que no he entendido bien, o que las cosas no son lo que parecen. Entonces, pienso de nuevo. Pienso que la cafetería del centro, con sus mesas de mármol, con sus columnas pintadas de rosa, con su piano de cola...ha sufrido una regresión en el tiempo y hemos vuelto a donde los señores de papel couché que hay sentados en la entrada.
Resulta que en esos escasos minutos la cafetería y todo lo que había dentro viajó en el tiempo. Por eso no quieren atender a un chico que lleva una guitarra y que tiene pinta de bohemio. Porque los bohemios en los siglos pasados, no estaban bien vistos. Tuvo que ser eso. Que no nos dimos cuenta, pero un aire dieciochesco entró por la puerta del café con el chico informal y por eso ocurrió de repente que no quieran atender a un chico por llevar una mochila con unas botas colgando.
Tenía cara de querer un café. Un café, igual que el mío, igual que el que es tan fácil de pedir un día tras otro en cualquier cafetería, igual que el que tomas para desayunar, o incluso igual que el que pides después de comer. Igual. Pero parece ser que él era distinto. No, no, él no...la época, cambiamos de época, tuvo que ser eso.
Me niego a pensar que en mi ciudad, en mi ciudad de fiesta, en mi ciudad pequeña, en mi ciudad que presume de acogedora no sirvan un café a un chico con guitarra, con barba, bohemio...
Él no tomó café. A mí, se me atragantó.

2 comentarios:

  1. Qué fuerte me parece, y qué bien narrada la historia. Un beso.

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  2. Pues ya sabes, no vuelvas al café. Por muy bonito que sea.
    Muy bien contada la historia...como todas las que he leído por aquí. Besitos.

    Bea

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