lunes, 15 de julio de 2013

Amor a Lugo y amor lucense

Las sensaciones son de lo más variado cuando uno regresa al lugar donde nació. Pese a que el maestro Sabina dice que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”, a mí me encanta regresar.

Eso sí, debo reconocer que esa sensación de esta es mi tierra, estos son mis orígenes no existe en mí. Para mí Lugo significa demasiadas cosas como pararme a pensar en que es mi matriz. Lugo son las calles donde corrí, donde reí, donde lloré…las casas, todas las casas en las que disfruté de comida y conversación a partes iguales. Lugo es mi infancia y mis amagos de suicidio en patines por Germán Alonso mientras mi abuela gritaba detrás (el tío Manolo tiene la culpa). Lugo es mi madre y sus carreras eternas Dieciocho de Julio arriba, Dieciocho de Julio abajo para que nunca estuviera sola. Lugo son también mis meriendas en Petit haciéndome la hermana mayor.  Lugo es Alberto y es a las dos me paso por Chuché.

Pero desde hace unos años…no diré cuántos…Lugo es una mañana con un croissant y una perrita saludando desde el periódico, Lugo es ese lugar donde (ya lo sabía yo) apareció él. Nos conocíamos desde hace años, pero ese día, esa noche, era nuestro día. Siempre me había resultado curioso ese chico rizado de grandes brazadas y voz grave. Curioso sí, pero de ahí a pensar en formar una familia con él…pues no, eso sí que no. Pero…tenía que ser de Lugo. Tenía que aumentar mis sensaciones al pasar por delante de Franciscanos. Doce años allí dentro para terminar casándome con el hijo de mi profesora de párvulos, con el que, por cierto, no coincidí en el colegio. Tiene más sentido así: son recuerdos sumados a recuerdos. Es Lugo sobre Lugo, en estado puro.


Ahora Lugo es un lugar de vacaciones, de fines de semana interminables y agotadores entre casas y comidas…y de amor. Amor por parte de todas esas casas, amor por parte de todas esas vidas cruzadas y amor por parte de cada rincón que me recuerda que allí nací, allí crecí y allí encontré al compañero de mi vida. Amor por parte del amor que pasea incansable cada rincón de la ciudad empeñado en que ese pequeño ser que hemos creado (y que me pregunto cada día dónde ha estado todos estos años) sepa de dónde son sus papás. 

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